jueves, 12 de febrero de 2009

Humor chino



-Oye chino...
-Dime caucásico...
-¿Donde te has dejado las sillas?
-No utilizo sillas, me siento en el suelo.
-Se sentaría en el suelo tu tatarabuelo, chino.
-Vale caucásico, es que las he vendido.
-¿Las has vendido?
-Si, para comprar tofu.

lunes, 26 de enero de 2009

Tragicomedia del tiempo

Dos personas,
dos hemisferios.
En uno invierno,
en otro verano.
No se conocen
pero tienen el mismo problema.

Un problema de invierno,
un problema de verano.

Pasa el tiempo
y todo cambia,
a un lado ahora es verano
a otro invierno.
Perdura el problema...

Un problema de verano,
un problema de invierno.

Tal vez la lluvia recuerde a las lagrimas
que el sol consiguió secar.
Tal vez las lagrimas que salieron con el sol
las ha helado el frío.

Intentaré buscarme problemas
en primavera.

domingo, 10 de febrero de 2008

Relatos de un salvaje

Mi vida es sencilla, tengo esposa desde muy pequeño. Recuerdo cuando me casaron, tenia 3 años, mi mujer por aquel entonces tenia 20 años. Hasta que me hice mayor ella cuidó de mi como si fuera un hijo y ahora nos une un lazo de amor inseparable, la verdad es que en mi mundo no existe el divorcio.
Vivo en un mundo donde la palabra "gracias" tampoco existe, estaría fuera de contexto,ya que el bien material que poseeo lo comparto con los demás. Donde el prestigio se consigue acumulando riqueza durante todo el año para regalarla a los demás,y donde pagar por el suelo que no pertenece a nadie, seria cosa de locos.
Vivo en un mundo donde el interés, el sexo y el dinero no mueve nada.
Este es mi mundo, aunque para los occidentales simplemente sea un mundo "salvaje".

domingo, 10 de junio de 2007

El amor de estaño hace daño


Sin llegar a azorarte,
mi vulturno derritió toda tu figura
que estas manos ahormaron crepitantes,
mis dedos se impregnaron
de gris luna,
mis ojos
de aledaño fulgor artificial.
Tus líneas engendraron en mi,
formas de revelación.
Quise unir contigo
aquellos dos cables.
Menos mal que existe el estaño,
si no ahora me hallaría jodido.
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Sin llegar a sonrojarte,
mi calor derritió todo tu cuerpo
que estas manos formaron frágiles,
mis dedos se impregnaron
de gris luna,
mis ojos
de cercana luz artificial.
Tus líneas crearon en mí,
formas de expresión.
Quise unir contigo
aquellos dos cables.
Menos mal que existe el estaño,
si no ahora estaría jodido.

Jo! si yo no soy traicionero.



La traición de efra
the treason of efra
der Verrat von efra
من الخيانه efra
la traicionina del efra
叛国的efra
la trahison de l'efra
il treason del efra
o treason do efra
измена на efra
illo!la traisión der efra.

sábado, 2 de junio de 2007



En el pueblo nadie sabia de él, ni tan si quiera su nombre, lo único conocido era su fragilidad, bastaba un susurro al oído para desplomar aquella alma embutida en piel. Era un hombre casi traslúcido, de piel fina, y traqueteo óseo. Siempre pensé que se trataba de un alma. Mi abuela decía que las almas no ocupan espacio, y aquella esencia de hombre ocupaba, pero bien poco.

Cada mañana pasaba por mi calle la locomotora de huesos que componía aquel señor. Puntualmente, salía de su casa, pasaba delante de mi puerta, andaba dirección a la montaña y desaparecía entre los árboles. Apenas se le podía ver. De día, el reflejo del sol y aquella piel casi translucida, hacia que sólo se le intuyera por su sonido característico. Me encantaba aquel ruidito, que imprimía una curiosidad enorme en mí.

Su nombre debió extraviarse en algún salto de una boca a otra, porque ni los mayores del pueblo acertaban a recordar. Decidí llamarle Señor Clerck para referirme a él, ya que su cuerpo canturreaba esa palabra al caminar.

Nunca me atreví a seguirle, mi abuela también me advertía de que a las almas no hay que molestarlas. Mi empeño en que aquel señor, no fuese hombre sino un alma, no cesó hasta más mayor.

El bosque abrazaba totalmente el pueblo, la niebla se posaba espesa como si pesara kilos, creando una maraña de aire palpable, que congelaba los pulmones. Cicatrizando aquel abrazo cruzaba la antigua vía de tren. No había parada en el pueblo, pero si un apeadero a varios kilómetros. Solía salir a jugar al bosque porque tampoco había mucho que hacer, ya que era el único niño. Conocía el bosque como si lo hubiera plantado con mis propias manos. A veces me daba la impresión de haber paseado entre sus árboles durante miles de años.

El aburrimiento de los domingos y mi valentía casi adolescente, pudo con las advertencias de mi abuela y decidí aquel mismo día seguir al Señor Clerck. Por muy mayor que quisiera aparentar con aquel acto, no pude evitar que la idea de seguir a un “alma” me hiciera temblar más que su propio cuerpo a cada paso. Anduve tras él un buen rato y en ningún momento mostró síntomas de desfallecimiento ni flaqueza, cosa que veía normal, nunca pensé que un alma pudiera desfallecer por muy delgada que fuese. A la altura de la línea de ferrocarril, cercana al pueblo, hizo su primera parada, donde permaneció varios minutos en pie. Me escondí para observarle tras un árbol, y me cercioré de que no me había visto.
El Señor Clerck permaneció parado casi diez minutos. Tuve que hacer un gran esfuerzo para mentalizarme de que era una persona de “hueso y carne”, de esta manera logre calmar mis nervios. Conseguí moverme agazapado entre la maleza para observarle mejor. Cuando pude estar lo suficientemente cerca, reconocí un gesto de tristeza muy humano que me hizo descartar totalmente su condición de alma. Sus ojos siempre secos, estaban húmedos. Prosiguió su camino.

Mi curiosidad pasó a preocupación y mi miedo casi desapareció. Pensé todo el día en el motivo que hacia entristecer tanto al Señor Clerck, sin llegar a ninguna conclusión. Decidí que la mejor forma sería hablar con él.

Por la mañana el frío penetraba hasta en los rincones más abrigados, y el viento circulaba como si lo empujasen con fuerza. Bajé las escaleras corriendo y le vi adentrase en el bosque. Nada evitaba que el Señor Clerck siguiera siempre el mismo recorrido hasta la maciza y silenciosa estructura de madera y metal, que antaño había estado tan transitada. Continuó allí en pie un largo rato. Su mirada penetrante me estremeció, pero sus ojos brillantes por las lágrimas de nuevo me hicieron olvidar la idea espiritual, que no conseguía quitarme de la cabeza siempre que estaba junto a él. Sin darme opción balbuceó:

-Me miras como si me temieras.
-¿Eres un espíritu?

Las lágrimas se secaron en aquel intento de sonrisa.

-¿Por qué lloras?
- Cada cual encuentra la felicidad en pequeñas cosas que para los demás son despreciables, y alguien ha prescindido de mi felicidad, arrebatándome el tren.
-El tren, no pasa por mi culpa.
-¿Cómo dices?
-¿Eres un espíritu? Le volví a preguntar.
-¡Claro que no, muchacho!

Sus ojos ahora me miraban cargados de temor. Se estremeció como si hubiera visto un fantasma y dijo:

-Con la vibración del tren mis desencajados huesos bailan en todo mi cuerpo. El traqueteo en el que me sumerge me da la sensación de felicidad que no encuentro en ningún otro lugar. Consigue que sonría al menos una vez en el día.

Cerré los ojos fuertemente. El Señor Clerck comenzó a palidecer. En ese instante se estremecieron ligeramente tierra y aire, seguido de una lejana distorsión que poco a poco se trasformó en una violenta y cercana vibración.

El Señor Clerck vibró como una parte más de la tierra. Su rostro proyectó claramente la sensación por la que pasaba su cuerpo. Una sonrisa inundo su cara y la tristeza corrió despavorida, para volver a pasos cortos, al irse el tren.